lunes, 31 de mayo de 2010

CAPERUCITA Y EL LOBO MACHISTA

Hoy me he levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita –un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente– le tomé el gusto a la narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado.




Al principio pensaba hacerlo con el cuento de Blancanieves y las siete personas de crecimiento inadecuado; que, como sostiene Bibiana, requiere, título aparte, una remodelación general urgente. Pero ciertos indicios de intolerable violencia machista en la casita del bosque, como que sea una mujer quien cargue con todas las labores del hogar, o que no haya paridad de sexos en el número de individuos que trabajan en la mina –su número impar complica además el asunto–, me decidieron a dejarlo para más adelante. Lo intenté luego con La soldadita de plomo y ploma; y no es por echarme flores, pero lo tenía casi resuelto. Una soldadita de plomo de la ULFF –Unidad Legionaria Femenina Feroz–, terror de los talibanes afganos y de los piratas del Índico, impedida en su extremidad locomotriz por haber caído poco metal en el molde cuando la fundían. O sea, incompleta física de una pierna, para entendernos. O no. Lo que antes se decía, en jerga fascista, coja. Y que, desde su repisa en el cuarto de juegos de una niña, se enamora de un bailarín de ballet de papel maché que está enfrente, puesto tal que así, de puntillas, y que tiene una bonita lentejuela de plata en el prepucio. Se lo leí a mi hija por teléfono, a ver qué tal iba la cosa; pero al llegar a lo de la lentejuela me aconsejó dejarlo. Te van a malinterpretar, dijo. Así que al final me decidí por un clásico inobjetable: Caperucita Roja. Y está feo que lo diga, pero la verdad es que lo he bordado. Creo.



Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no, por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia –dice– contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Laura Vaamonde


Esto es de la cosecha del día, si bien es cierto que muchas mujeres aprovechan el que no se les deba dar un bofetón muchas veces merecido, media un largo trecho al que una patota de Policaracas la saquen a rastras cual caricatura de las cavernas. Sobre todo que es una Doña, está bien que les toca cuidar el puesto, porque eso de contar con un puesto donde puedas disponer de armas, vehículos e incluso comisarías para rebuscarse honradamente con contribuciones reclamadas a la ciudadanía, no es como para estarlo arriesgando.

No deja de ser llamativo que en un gobierno socialista pro obrero por antonomasia donde se censura el machismo, los funcionarios y funcionarias, presentes y presentas en la comisión, le aclararon a la doña que era arrestadA y arrastradA, porque iba a estrar presA, en una calabozA, por andar alborotando con huelguistas y huelguistos. De verdad ver semejante arrojo ya me siento más seguro a la hora de estar en la calle



domingo, 16 de mayo de 2010

Jala Bolas de 4to Nivel

Muchos de uds lo recuerdan como profesor, algunos con mayor cercanía, respeto u admiración que otros. Unos con disidencia, y los que vimos clase con el como común denominador por lo menos que era un buen profesor. de su gestión como magistrado pueden variar las opiniones, pero en lo que todos podemos coincidir de manera unánime es que es un jala bolas de lustre (por como las lustra), proactivo y con iniciativa.


Escarrá: "Chávezcomo Bolívar, trasciende a su tiempo"



Resulta difícil establecer la línea divisoria entre el jalabolismo cuida puesto, y la abyección semi erótica que deriva de tamaña genuflexión. 

Que nadie diga que la academia es inútil, que darles alas a la jaladera de bolas y elevarla al Parnaso de rastracuerismo representa un reto. Sería difícil conseguir un listado de las jaladas de bolas más insignes de estos 11 años. Anímense y propongan su jala bola estrellas, no está limitado a frases, porque jalar bolas es una forma de vida, porque es más relevante una demostración de hechos que acompañen el besaculismo y más valioso que una sola declaración. 

Espero por sus sugerencias

ESOS MARCIANOS BORDES

Tenía tiempo sin pasar por aquí, y no es que faltaran infamias que reseñar, pero es que partiendo de los periódicos por si mismos, (y ni hablar de lo que contienen) son una infamia. Se podrán imaginar que la competencia no resulta ni fácil ni leal. 
Por hoy les dejo el artículo de Perez-Reverte de esta semana que está rebosante de bilis.


No tengo claro si al astrofísico Stephen Hawking se le ha ido la pinza, o no, pero he disfrutado mucho con lo último suyo, lo de los marcianos. Tanto como un político español con una Visa Oro. Dice don Stephen, que no es cualquiera, que los alienígenas pueden dejarse caer cualquier día por la Tierra derrochando mala baba fluorescente, y que mejor no tener contacto con ellos, porque vete a saber. Que lo mismo hacemos el primo con tanto mensaje de buena voluntad enviado al espacio, hay vida aquí en la Tierra, aló, aló, se me oye, se me escucha, etcétera, mandando naves con una foto de nuestros niños, la películaBambi y la canción esa de algo pequeñito, uó, uó, algo muy bonito. Igual el paquete entregado a domicilio despierta en los pavos de allá arriba, que pueden no ser tan buena gente como creen algunos, ganas de arrimarse a echar un vistazo, más o menos como hicieron Hernán Cortés, Pizarro y otros finos neurocirujanos de las civilizaciones azteca, maya y sitios así. Y la pringamos.

A mí, sin embargo, la idea me pone. Mucho. Ando bastanteempalagado de mermelada intergaláctica. De marcianitos amables, dignos padres de familia. Siempre me pateó los higadillos esa tendencia moderna, tan políticamente correcta, a presentar a los extraterrestres como gente más bondadosa, culta y civilizada que los humanos. Basándonos en qué, pregunto. No encuentro ningún motivo para pensar que un fulano de color verde fosforito, antenas con luz estroboscópica en la frente y palmo y medio de estatura, nacido en la Galaxia ZetaZetaPAF según pasas Alfa Centauro a mano izquierda, deba tener mejores sentimientos, más educación o menos instinto depredador que cualquiera de los innumerables y conocidos hijos de puta que pastan en nuestro bonito planeta azul. No faltarán en el espacio constructores ladrilleros, supongo, capaces de que el alcalde de allí recalifique los terrenos del circo de Hiparco o un anillo de Saturno, engrasándolo. Tampoco andarán escasos de obispos o imanes de lo suyo, no al aborto, velo y demás. Ni de políticos del Pepé, o como se llame allí, con sastre gratis, amigo en campo de golf y corbata ancha color butano. También a los extraterrestres les gustarán los platillos volantes de lujo, supongo. Y las cuentas secretas en las islas Cocodrilo de Orión. Y ver Sálvame Alienígena de Lux, los viernes. Y las marcianas con tetas grandes, o lo que les cuelgue en su equivalente galáctico. No te fastidia.

Así que, por mí, que nos invadan. No creo que vayamos a peor.Además, estoy de acuerdo con el amigo Hawking. También eso nos lo estaríamos ganando a pulso, con tanta gilipollez terrícola. Daría igual que vinieran en pateras espaciales –imagino a esos marcianos desnutridos, atendidos por picoletos, psicólogos y oenegés– o a bordo de naves acorazadas con más artilugios que la planta de electrónica del Corte Inglés. Alucinarían al ver nuestras caras de panolis. Nosotros ser terrícolas y recibiros en son de paz. Jao. ¿Du yu spikinglis? Etcétera. Disfruto más con la idea de unos extraterrestres bordes, en plan Mars Attack, que con la estampa tipo E.T. del marcianito bueno, tierno y comprensivo. La idea de un ser mucilaginoso apuntando con el dedo de pata de pollo a las estrellas mientras susurra «Mi cassa, mi cassa» con una voz que recuerda sospechosamente la de Benedicto XVI, me motiva mucho menos que esos alienígenas desparramándose de su ovni con ganas de juerga y hasta arriba de morapio, hip, como ingleses en Ibiza, poniéndolo todo perdido de líquido blandiblub en plan moco, mientras la peña les hace la V con dos dedos en plan paz y buen rollito, colegas. Con Mariano Rajoy diciéndoles al cabo de un rato largo, tras pensárselo mucho: «Gracias por haber venido. Yo también me llamo marciano, Marciano Rajoy», mientras Bibiana Aído, con risita pícara de colegiala transgresora, los llama extraterrestres y extraterrestras del espacio y de la espacia, y Leire Pajín, entre anuncio y anuncio de champú, se congratula en el telediario de la conjunción planetaria Obama-Zapatero-Júpiter, calificándola de acontecimiento galáctico del milenio. Me parto en rodajas imaginando esas y otras deliciosas escenas. No digan ustedes que no les pone, por ejemplo, la de un ser viscoso de color amarillo que camina dejando un rastro gelatinoso, chof, chof, armado con pistola atómica disolvente de rayos láser ultrasónicos, y entrando en el Senado español a ver de qué va aquello, mientras algún tonto habitual –Iñaki Anasagasti, por ejemplo, recién peinado por Llongueras– pretende explicarle, muy serio y con el pinganillo en la oreja, lo de las lenguas cooficiales y la traducción simultánea.

Sí. Hay días en los que pagaría por ser marciano.